Olvidar que no existen límites
hacia las constelaciones
le trajo una soledad
de vitrina
–futuro sólo elogiable de compararlo con el del resto de los suyos:
polvo esparcido sobre el océano Índico
o montón de huesecillos enterrados en una isla condenada a anegarse.
La amnesia
de volar,
heredada por tatarabuelos que prefirieron una procreación ente pastizales,
es la causa de que,
como un maniquí
entre temporadas,
desnudo luzca tras un aparador.
Una contrarréplica a Ícaro es el dodo del Museo de Historia Natural:
no aspirar con un par de alas
al sol dictó su tragedia.
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